Decatlón
Decatlón para ejercitar el alma.
He preparado en el año 2009 y se encuentra a la venta un pequeño libro que desarrolla in extenso algunas de las temáticas de la consultoría filosófica. Se trata de «Decatlón para ejercitar el alma» (Endorfinas filosóficas).
El precio del libro es de $ 5,000 (15 US$) más gastos de envío. Si está interesado en comprarlo, por favor utilice el botón que se encuentra más abajo, correspondiente al sistema Paypal, y luego háganos llegar sus datos para el envío del libro (nombre y dirección postal) por e-mail a silviabakirdjian@gmail.com
Muchas Gracias!
Se incluyen a continuación algunas de las recomendaciones finales del libro, que dan origen a su título:
- Aunque se sienta inhabilitado por el dolor, piense que el dolor no le da el derecho de permanecer en él. Por el contrario, le da el deber de salir a reconocer y a ayudar a otro. Todos los días encontrará aunque sea algún mínimo gesto para reconfortar a alguien. Luego sentirá alegría y alivio, aún en medio de su problema personal.
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No avive su dolor real e inevitable con las cantinelas de autocompasión, justificación y resentimiento, trucos de la mente para añadir sufrimiento inútil a ese dolor. No permita que falsas ideas lo hagan sufrir más de lo que ya está sufriendo por algo. Intente no pensar lo que no conduce a ninguna parte. No se haga cómplice mental de su dolor. Use su mente para algo diferente y, si es posible, original. Se puede. La mente consciente es maleable.
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Haga lo que tenga que hacer y espere sin expectativas, es decir, sin quedar pendiente de que se cumpla el resultado tal como usted lo pensó. Usted ya hizo su parte. Ahora deje que la Vida, el Tiempo, Dios, el Universo, o aquello que usted conciba como más grande que usted, hagan la suya. El asunto ya no está en sus manos. Se sentirá satisfecho con usted mismo y muy liberado.
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Anímese a revisar sus creencias y preconceptos. Anímese a ceder: quizás no eran tan adecuados ni brillantes como usted creía. Incluso, tal vez lo tenían aprisionado en una mala vida o una vida estándar y gris, sin alegría. Suspenda sus juicios para mirar las cosas como son y cómo pueden ser mejores para su propio bien. Luego arrójelos a la basura. Dejará el espacio libre para algo más beneficioso.
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No olvide hacerse algunos mimos. Acaríciese usted mismo de vez en cuando. Preste atención cuando ha hecho algo bien o lindo y felicítese. Esas son las conversaciones imaginarias que valen la pena. No basta con pensar de modo abstracto que usted se quiere a usted mismo. Demuéstrelo dándose una palmadita en el hombro. Seguramente sonreirá y alguien más vendrá a darle otra palmadita.
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Téngale miedo al miedo. El miedo esconde soberbia: “que no me lastimen”, “no sea cosa que vaya a fracasar”. Pero ese miedo tampoco le permitirá salir al encuentro de aquello que usted necesita para que nada ni nadie lo lastime, y para salir airoso aún en medio de los fracasos. Un fracaso no mata. Lo que necesita es vivir y caminar gallardamente por la vida y por todas las vicisitudes que se crucen a su paso, sabiendo que siempre estará muy bien acompañado por su mejor amigo: usted mismo.
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Rompa ese fastidioso hábito de echarle la culpa a otro. Revise sus propios errores o responsabilidades en cada caso. Eso le permitirá conductas más acertadas la próxima vez. Ocúpese de sus propios asuntos que, cuando resultan conflictivos, son una oportunidad para evolucionar y mejorar su temple.
- Confíe. Con prudencia pero confíe. Ponga algunas fichas. Acostúmbrese a vivir con un margen de incertidumbre. Si quiere obtener alguna ganancia, tendrá que apostar y arriesgar algo. En lugar de esperar que los otros nos amen y nos den lo que nosotros necesitamos, empecemos por amar nosotros primero y dar a los otros lo que ellos necesitan. Es una postura adulta frente a la vida. En el camino de la evolución, el primer paso es dejar de comportarse como un niño.
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Cuando de pronto se descubra optimista mirando la mitad llena del vaso no se descalifique en un arranque de escepticismo. Por el contrario, refuerce esa perspectiva de las cosas. No tiene nada que perder y seguro que va a ganar algo valioso; de hecho ya lo ha ganado. Su impulso optimista habrá sido un precioso regalo de la vida.
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Practique la paciencia. Cada día le dará la ocasión de hacerlo. Pero no la paciencia de contar hasta diez con los dientes apretados. Paciencia serena. Es amiga de la prudencia. En la postergación se le ocurrirán alternativas y estrategias nuevas. Y la partida siempre la gana el más paciente y el más prudente. Ni que hablar de la partida de su vida.
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No tenga reservas cuando necesite pedir ayuda a otros. Una vez que lo ponga en práctica, descubrirá que es más fácil de lo que pensaba. Esa catarsis lo relajará lo suficiente como para seguir andando por la vida mientras piensa desaceleradamente, mirándose en el espejo del otro. Se sentirá más cerca del equilibrio emocional. No está solo.
Palabras finales, por ahora…
A esta altura sólo deseo que usted haya comprendido lo mínimo como para escribir por su propia cuenta algún ejercicio que le vendría bien practicar. Si me lo quiere contar o si me quiere preguntar algo relacionado con estas recomendaciones no lo dude, escríbame a mi correo electrónico: silviabakirdjian@gmail.com.
Que tenga paz. Y recuerde que la felicidad es vivir bien, moderadamente, alegremente, sin exigencias exageradas para con la vida ni para con nadie. La felicidad no tiene nada que ver con ciertos estereotipos mediáticos de éxito y fortuna con los que nos acosan todo el tiempo. No deposite el sentido de la vida en nada que no esté dentro de usted mismo. Deposítelo en su corazón, allí donde está su tesoro.
Extractado del libro: «Decatlón para ejercitar el alma» (Endorfinas filosóficas) de Silvia Bakirdjian, editado por Editorial Utopías de Ushuaia, Tierra del Fuego. http://www.editorialutopias.com.ar/libros/decatlon.htm
Todos los derechos reservados. I.S.B.N: 978-987-1529-04-9 – Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. © 2009, Silvia Bakirdijian
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Apéndice del Libro: Cuándo Platón y cuándo Prozac?
En su libro “Pregúntale a Platón” Lou Marinoff se refiere al consejo filosófico como una “terapia para cuerdos”. En principio esto es así y resulta claro. Usted es una persona funcional, básicamente habilitada para trabajar, tomar decisiones y relacionarse. Pero vive molesta, con preocupaciones o sufrimientos cotidianos que le intoxican el día y se pregunta si es necesario arrastrar esa disminuida calidad de vida y si podría acceder a una mejor. En ese caso no hay duda que resulta apropiado recurrir al consejo filosófico porque usted tiene una inquietud “espiritual”.
Yo llamo “espiritual” a cualquier intento de vivir mejor, con mayor plenitud, autoconciencia, serenidad y un buen registro de los aspectos positivos de su vida, con los momentos de alegría que deberían suscitar y ser celebrados por usted. No estoy hablando necesariamente de que usted deba convertirse en un ser “iluminado” o que deba alcanzar alguna suerte de Nirvana o éxtasis místico, aunque tal Ideal no es para despreciar. Estoy hablando de aprender a evitar las quejas, las recriminaciones, el resentimiento, los autorreproches, las autojustificaciones, los temores y ansiedades frente a las circunstancias adversas que todo el tiempo nos acosan en la vida y que no dependen de usted. En el ámbito de la consulta filosófica usted puede desaprender esos posicionamientos que adopta mecánicamente durante todo el día y apropiarse de otras herramientas que le permitan enriquecer esas veinticuatro horas, por ejemplo: cómo se beneficia con la aceptación de aquello que usted no puede cambiar; cómo el sentimiento de su propia dignidad —tan ligado a la autoestima— paradójicamente se engrandece cuando usted trabaja para morigerar sus exigencias desmesuradas respecto de la vida y de los demás, y aprende a desinflar su “ego”; cómo asumir que, más allá de ciertos condicionamientos, usted es un ser libre y por lo tanto responsable de lo que sí puede modificar; cómo puede accionar inteligentemente y con un propósito razonable frente a determinadas situaciones, en lugar de reaccionar pasivamente, como una pluma al viento, y ser conducido a consecuencias perjudiciales para su vida práctica y su salud espiritual.
En estas situaciones el consejero filosófico puede abrirle las compuertas de muchas voces sabias —de todos los tiempos— y ayudarlo a reconocer cuáles son las que personalmente le hablan a usted, le sirven a usted.
Desde esos mensajes, el consejero filosófico hace de puente para ayudarlo básicamente a pensar mejor para vivir mejor. Como hemos dicho, usted es una persona básicamente funcional y puede conversar razonablemente y pensar razonablemente. Ayudarlo a pensar mejor es ayudarlo a mejorar la calidad de sus creencias e ideas o quizás cambiarlas por otras que le proporcionen una perspectiva más liberadora respecto de esa piedra que siente en el zapato. La revisión crítica de su idiosincrasia personal lo llevará a hablar y revisar diferentes aspectos de su vida en la conversación con el consejero filosófico. Pero este trabajo incluye también y necesariamente una recuperación del sentido de su existencia que, cuando no resplandece en nuestro horizonte y permanece opacado, suele provocar turbación, malestar o desasosiego.
En el caso de la psicosis, lo que llamamos “realmente” locura, ya no me dirijo más a usted porque usted no está, no puede estar como interlocutor para mí. Por eso se habla de “alienación”.
Atendamos a un extracto del libro de Jean François Lyotard, llamado “Lo Inhumano” (Charlas sobre el tiempo):
“-Tienen un alma? Qué quieren?
-Pregúnteselos.
-Pero hacer una pregunta a alguien es presuponer que la escucha y quiere responderla, que quiere ayudarnos a saber, que quiere saber con nosotros, cooperar en un diálogo, por lo tanto que tiene un alma y que quiere el bien. Si ellas escucharan nuestra pregunta, ni siquiera tendríamos que preguntarnos si tienen un alma y qué quieren, nos lo “dirían” lo bastante al escucharnos.(…)
-No respondieron, usted lo sabe. Hacen esos gestos, se tuercen, se tetanizan, se crucifican, se extasían, se alucinan, se catatonizan y se atonizan, se asfixian, se ofrecen y se sustraen, en un debate corporal con algo o alguien que ignoramos, y que, se lo aseguro, no somos nosotros.”
Entonces yo me tengo que referir a las personas que sufren este tipo de patologías severas, inhabilitadas para pensar razonablemente o comunicarse razonablemente porque han perdido hasta la conciencia de quiénes son. Esas personas deben ser y suelen ser llevadas por otras personas (al no darse cuenta de su mal, cómo podrían buscar por ellas mismas la ayuda adecuada?) al tratamiento neuropsiquiátrico. Entiendo que esto es así y resulta claro. En este caso Platón no tiene cabida.
Vuelvo a dirigirme a usted que puede “no estar tan cuerdo” pero sí lo suficiente como para leerme y entender. Aquí también nos encontramos con una gran variedad de casos de diferente intensidad y complejidad. Pueden ser enfermedades o trastornos psíquicos serios que le provoquen una gran perturbación mental y emocional: depresiones endógenas, reactivas, stress post-traumático, bipolaridad, etc. Sin duda necesitará la ayuda del médico psiquiatra o del psicólogo clínico. Además le convendrá recibirla porque estas disfunciones tienen su tratamiento específico, con cierto grado de eficacia y un razonable porcentaje de éxito. Necesita técnicas específicas y hasta quizás psicofármacos específicos, si la química de su cerebro no funciona bien. Si tomamos “Prozac” como una palabra que engloba metafóricamente todas las variedades de la psicoterapia, está claro que usted no puede prescindir de “Prozac”. Esto también queda claro.
Pero de todos modos, aunque su “dolor” sea tan intenso que altere lo que debería ser su “sano sentido común” y piense y perciba distorsionadamente, tiene conciencia de sí, aunque no sea su mejor momento de lucidez. Incluso, aunque sus ideas anden a la deriva y no lo ayuden a mejorar su situación sino a empeorarla, usted puede comunicarlas, puede hacerse escuchar y resultar básicamente inteligible para otro y también puede escuchar y resultarle inteligible lo que escucha de otro.
Estas mínimas condiciones intelectuales lo hacen apto para el consejo filosófico como un complemento muy valioso de su tratamiento terapéutico de base. De hecho, un gran porcentaje de clientes de la consejería filosófica acuden semanalmente a sus sesiones terapéuticas. Sin embargo, no es necesario visitar al consejero filosófico con la misma regularidad. En realidad no se requiere ningún tipo de regularidad. En definitiva es usted mismo quien decide cuándo necesita conversar con él. Quizás le baste conversar unas pocas veces en forma espaciada. Quizás le baste una vez. Pero usted toma la iniciativa respecto de sus propias inquietudes.
El consejero filosófico aconseja y conversa con usted de igual a igual. No le prescribe nada. No pretende prescribirle nada.
Es que usted no accede a la conversación filosófica en calidad de paciente sino de persona. Usted, como persona, no es, no se reduce a su trastorno psíquico. Su trastorno no le puede robar su derecho a buscar esa clase de bienestar que se alcanza fácilmente, con “recetas de venta libre” para el alma: los consejos espirituales.
Ya sólo porque usted es un ser que respira y que camina erecto, y que sabe que respira y que camina erecto, usted es un ser espiritual. Su andar y su respirar son ritmo y pulsación conscientes si usted les presta atención. Y si usted les presta atención, verá que siempre los practica desde y hacia un centro inalienable que es usted mismo autoafirmándose, sólo por cumplir estas funciones. Puede ocurrir que no pueda caminar como otros, pero no puede no respirar. Si puede ensayar el “darse cuenta” de esto último, simplemente se sentirá existiendo.
A partir de esto —aunque padezca trastornos psíquicos— hay algo inalienable de su ser que lo hace igual al más funcional y armónico de los hombres y le da los mismos derechos y las mismas oportunidades. Quizás ese centro personal se halle un tanto opacado o desatendido, pero de todos modos está allí, aguardando por usted. Al igual que el más armónico y funcional de los hombres, usted, con su trastorno, mantiene el derecho a crecer y ser mejor persona.
Descubrir su centro propio (irreductible a cualquier otro) de libertad y conciencia y, desde allí, emprender un camino hacia la plenitud del sentido de su existencia, es una aventura que usted puede emprender con un consejero filosófico.
¿Quién soy? ¿Cómo llego a ser el que soy? ¿Cómo hago para ser auténticamente? ¿Cómo reconocer y favorecer mi vocación, aquello que estoy llamado a ser?
¿Alguna vez se hizo estas preguntas?
El espacio del diálogo con un consejero filosófico es el más apropiado para descubrirlas —si nunca se las hizo— o para encontrar las respuestas, si se las hizo pero se halla confundido.
No quiero decir con esto que en la consulta filosófica sus inquietudes tengan que ser planteadas en estos términos, pero sí a la luz de estos interrogantes. A la luz de estos interrogantes usted puede enfocar sus circunstancias desde una perspectiva más amplia, universal. El consejero filosófico lo ayuda a ver el bosque más allá del árbol.
La perspectiva más amplia que le aporta una visión filosófica de las circunstancias alivia su sufrimiento, reencauza su pensamiento y facilita salidas cuando las encrucijadas de la vida lo encuentran paralizado.
En definitiva, independientemente del estado de salud psíquica, la enfermedad espiritual acecha a todos los hombres bajo la forma de defectos que impiden acceder a una felicidad verdadera y nos señalan falsas pistas para alcanzarla: nuestros “egos” están inflados; exigimos a los demás reconocimiento y amor incondicional cuando nosotros mismos no sabemos darlo; la mayoría de las personas no conoce la alegría de ayudar a los demás desinteresadamente, ya que nunca exploró ese camino; potenciamos nuestro sufrimiento —empleando en ello una gran cantidad de energía intelectual— diseñando ideas que justifiquen “lo infelices que somos”; no conocemos la verdadera humildad y, en lugar de cultivar un sentimiento legítimo de dignidad, lo reemplazamos buscando ser importantes para los demás posicionándonos como víctimas.
Podría seguir escribiendo largamente sobre síntomas de enfermedad espiritual que afectan especialmente a todos los hombres que tienen sus necesidades básicas satisfechas. Cuando las necesidades básicas están satisfechas, otro síntoma de enfermedad espiritual es la preocupación por sostener ese estatus frente a un futuro incierto, imaginando calamidades que probablemente nunca ocurrirán más que en su imaginación. Pero espero haberme hecho entender con estos pocos ejemplos.
Los falsos caminos de la felicidad podría ser el título de un libro de autoayuda, pero en realidad es el panorama multifacético al que todos los hombres aportamos cada día, porque vivimos de falsas creencias y apariencias que se nos han hecho carne, al punto de no poder sospechar que hay una vida realmente feliz y un camino para alcanzarla. Como en el mito de la caverna de Platón, no sabemos distinguir entre apariencia y realidad. La apariencia es engañosa, traicionera, oscura, nunca da lo que promete. La realidad es verdadera, bella y buena, porque es. Los famosos “trascendentales del ser”, de que habla la filosofía clásica. El trabajo para conectarnos con nuestra propia realidad, en lugar de contentarnos con aparentar lo que no somos (otra enfermedad espiritual) es el camino. Ese trabajo es el camino, y vale la pena emprenderlo porque, como dijimos, lo real, lo que es realmente, es bueno, bello y verdadero, sólo por ser. Sostener nuestra vida cotidiana desde esta disposición a ser lo mejor de sí mismo es una tarea para toda la vida. Es una “filosofía de vida”.
Si usted es bello, bueno y verdadero no puede ser infeliz. Aún en la adversidad sabrá ver las cosas desde la perspectiva de su centro, desde el ojo de la tormenta. El valor de saberse un ser autoconsciente y libre, capaz de emprender ese viaje hacia el centro de sí mismo, es algo que nada ni nadie pueden arrebatarle. Si usted aprende a reconocer lo bueno, bello y verdadero en el interior de sí mismo, también sabrá reconocerlo afuera. Mal que le pese, en esos intentos, se tropezará más de una vez con la felicidad y deberá aceptarla aunque no esté acostumbrado.
El consejero filosófico es una persona apropiada para acompañarlo en esos intentos, porque desde la Filosofía mucho es lo que se ha preguntado y se ha indagado sobre la naturaleza del hombre, su destino, el sentido de su existencia en este mundo y el significado del mundo para el hombre.
La Filosofía también se ha preguntado y ha indagado acerca del Tiempo, del Devenir de las cosas, del lugar que juega el hombre frente a lo que va aconteciendo. Todo esto está conectado con una vida mejor para que usted la practique.
No se trata de un lujo, se trata de una necesidad de salud espiritual.
Y aquí termino con un mensaje de Nietzsche sobre el que usted puede reflexionar a partir de mis palabras:
“Nosotros, partos prematuros de un futuro aún no verificado todavía, necesitamos, para una finalidad nueva, también un medio nuevo, a saber una salud nueva, una salud más vigorosa, más avispada, más tenaz, más temeraria, más alegre (…) que no sólo se posea, sino que además se conquiste y se tenga que conquistar continuamente, pues una y otra vez se la entrega, se la tiene que entregar.”
Nietzsche
No le entregue su salud espiritual al consejero filosófico. Entréguesela, como dice Nietzsche, “una y otra vez”, pero a usted mismo, a su propia tarea. El consejero filosófico lo guiará y lo ayudará en sus intentos, velando para que usted no se la entregue a nada ni a nadie, salvo a sus propios esfuerzos.
No estamos haciendo una apología del individualismo, ni de la autosuficiencia, ni de la omnipotencia. Todos necesitamos ayuda. No podemos solos. Pero nadie puede ayudarnos si no hacemos nuestra parte por nosotros mismos. Y sólo desde allí, desde nuestro poder interior, libre de segundas intenciones y expectativas insalubres, desinteresadamente, descubriremos, como Buda nos enseñó, que no hay estado más noble para el hombre en esta vida —que le regale más alegría y paz— que el hacer algo desinteresadamente por otro ser humano. No lo tome como un deber. Ya aprenderá a sentir la necesidad de hacerlo “por amor” a la humanidad, como quien tiene la necesidad de ofrecer un regalo de amor a alguien sin detenerse a analizar los motivos.
La felicidad se va descubriendo a medida que podemos ir serenando las aguas turbulentas inherentes a la condición humana. Es un camino de paz.
Que tenga paz
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© 2009, Silvia Bakirdjian.